Cuándo podrías verte al espejo con menos realidad de estar viva. Fluyes en una niebla marina que viste el paisaje en donde vas hacia el vacío de sangre. El vicio de aferrarte a un pescador de incertidumbres se transforma en delirio; llena los momentos de una humedad que ya hace tiempo tratas de incinerar ¡Es el fondo de un pozo seco, apenas ilusiona tu sed!
En el horno que ocultas arde la ira de ver los árboles sin raíces, como nido de historias solitarias. Las hojas de papel de ilusión que reúnes por los años, se unen a la voz que mejora los sacrificios; querías servir a la consciencia, siempre a punto de la iluminación que abandonaste ¡cobarde! Un solo atisbo de la locura y la tristeza te disminuye. La fuente del ritmo recién se colaba en tus venas y cosiste tu boca a la garganta. Desangraste el silencio y lo evacuaste de motivo. Ah, silencio puro para espejismos radiantes.
Blanco de nuevo, todo lo que soñaste, blanco, pero nunca en claridad, siempre difuso, inconcluso, sin uso real, mas que como almacén de nutrientes rancios, olvidados. Todo está seco con esta marea blanca.
¡No se si estás sorda! El autoengaño no sirve para traducir ninguna intención, pero acierta de vez en cuando en pequeñas sincronías. ¡Sale a mirarlas desde dentro de ti, ve lo que estás haciendo. Dile bien lo que eres a esta otra tú. Dile que escondiste tus horizontes en el clóset y que te rodeaban fantasmas cuando niña. ¡Pudiste arrojar afuera esas ánimas! Pero siguieron apareciendo, porque no las liberaste, cada vez más apasionadas y celosas.
Quedarte callada cuando tenías tanto que decir, es la ambición más ególatra y súper imbécil que nació en ti. Sentarte a escuchar cuando pasaban años de indiferencia hacia ti misma, buscando si te entraba la sensatez del mundo, de seguir las huellas ajenas y moribundas.
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Yendo contracorriente de los instintos y reflejos perniciosos, que nos pierden queriendo salvarnos, el coraje nos proporciona una sobrenaturaleza, una naturaleza contra-natural, corrige nuestra teleología natural, impidiendo que la bestia perezosa recule. (Jankélevitch) Nunca me ha parecido que demasiada dureza sea buena idea. Conciliar deseo y razón requiere calma. Es mejor que nos hablemos como si fuéramos nuestro entrenador o como si nos dirigiésemos a un yo algo infantil.
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