7 avr. 2010

Bucólica

Blanda me dejo caer sobre el pasto de esta baja loma, frente a mi hogar que puede ser cualquier lugar donde la naturaleza que vibra en mí resuena con el mundo.

Yacer aquí abajo es un silente abrazo con una brinza espigada que se mece al viento en todo el ancho que da lo vertical, a cien velocidades del orbe en su discreto éxtasis.


La loma más elevada es otro universo, una madre-padre coigüe que se yergue detrás de los temus y ulmos la sostiene magnánima como hogar de seres incontables y me acoge también entre la hierba a sus pies como a un bebé estrechado en cuna de raíces.

Me acurruco en su relieve y mi cabello es parte del follaje de esta superficie, mi aliento se mimetiza y se alza como voz sin canto al soplo del paisaje.

Suave y temblorosa su brisa se ensancha a través de los cerros; ya súbito percute hojas y ramas, arrastrando folios e inflorescencias que se dejan soltar como nieve.

Oigo grillos, colibríes, bandurrias, el sonido de tensión y corte que hace el buey cuando masca un puñado de pasto, abejorros y por supuesto más lejos vehículos, algo del chirrido de unos cables de alta tensión, bocinas. Miro este tronco que crece en realces vivos; enredado en plantas, líquenes, musgo, nidos y telarañas. Se erige alto y pierdo la nitidez buscando sus ramas más finas, pero a centímetros del suelo ya percibo su lucha por la vida...

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